lunes, 28 de abril de 2008

Una mirada al valor del morbo

Tenemos empeño en dejar todos los horrores de la guerra documentados de algún modo, ya sea en fotos o a través del arte, el cine o cualquier medio visual, para que lo que pensamos fue verdad pase de generación en generación; tal vez es por esto que los genocidios que ocurrieron durante la colonización de América han quedado en el olvido; porque no hay fotos, sólo crónicas. Las imágenes icónicas parecen tener más valor que las que podemos reproducir mentalmente.
Según Sontag, el arte fue importante para la documentación de los horrores de la guerra, pero es con la fotografía que esta tendencia toma auge y validez. Ella compara al pintor, Francisco de Goya, y su documentación de la guerra civil en España, con su serie de aguafuertes “Los desastres de la guerra”, y al fotógrafo Robert Fenton, quien fue el primer fotógrafo en inmortalizar los horrores de la guerra de Crimea, en 1855, la primera guerra que se fotografió. Mientras que Goya sólo puede pretender que sucedieron cosas tales como las que él describe pictóricamente, Fenton puede decir que lo que se ve en el plano ocurrió frente al lente de su cámara. Eventualmente, los medios se dan cuenta del impacto que la fotografía tiene en los lectores de medio y usan este recurso con más frecuencia para mantener o aumentar su audiencia. Hoy día, no creo que haya una intención deliberada de congelar estos hechos en la historia con el fin de rentabilizarlos, pero tampoco la descarto. Susan Sontag reconoce que hay una necesidad de documentar estas imágenes, que en su mayoría son morbosas, pero cuestiona el que éstas se hagan públicas, con la excusa de que no se olviden.

“Quizá las únicas personas con derecho a ver semejantes imágenes de semejante sufrimiento extremado, son las que pueden hacer algo para aliviarlo- por ejemplo, los cirujanos del hospital militar donde se hizo la fotografía- o las que pueden aprender de ella. Los demás somos mirones, tengamos o no la intención de serlo”. (Susan Sontag, 2003, pág.53)

Es menester aclarar que Sontag se limita a las imágenes de las guerras y no a las producidas a causa de desastres climatológicos o todos aquellos fenómenos que el humano no pueda controlar. No es que una pérdida tenga más importancia que la otra, la pérdida humana siempre es trágica, especialmente cuando se trata del indefenso. El horror estriba en el hecho de saber que el sufrimiento fue causado por otro ser humano. El saber que existen seres semejantes a nosotros, física y biológicamente, que son capaces de infligir tanto dolor sin tener misericordia.
El que individuos de una especie sean capaces de matar a otros del mismo grupo, desde el punto de vista biológico, es una rareza. Tan rara que se considera un dato importante saber que el chimpancé y el humano comparten esta característica. Recientemente, la revista “Time” publicó un reportaje sobre este tema, en el que se indica que “they [chimapanzees] also share some human-like behaviors. They prey on other animals and occasionally murder each other”[2] . El profesor de antropología de la Universidad de Harvard, Richard Wrangham también hace mención de este dato en su libro “Demonic Males”, cuya reseña encontré en la página cibernética de la BBC. “The only other primates that kill their own kind are in fact, us. Humans and chimpanzees show a common aggressive tendency and will actively seek out and kill members of their own species. Chimpanzees and humans are the only other species that, out of 4 thousand other mammal species and 10 million other non-mammal species, have been observed to hunt and kill members of a rival group”.[3] La característica de asesinar a su propia especie no es instintiva, no es una de esas características que compartimos con el resto de los animales, es exclusiva del humano y resulta que el chimpancé ha demostrado que puede tener human-like behavior. Estar consciente de este dato hace que el asesinato parezca mucho más horripilante, porque nos abre los ojos de que algo que llevamos haciendo por millones de años no es natural; es una aberración.
Existe un sentimiento de culpa, prácticamente inevitable, ya sea porque no hicimos nada para evitar que esto sucediera o porque, sencillamente, no fuimos víctimas y estamos seguros en nuestros hogares, al menos por el momento. No obstante, hay que reflexionar qué ganamos y en qué contribuimos a nuestro crecimiento moral e intelectual con ver fotos morbosas de vidas destruidas por la guerra. Como ya mencioné previamente, no se ha evitado que se continúen perpetrando genocidios. Este tipo de documentación solamente le es útil al que va vaya a hacer algo al respecto, por ejemplo, un médico o alguien que esté investigando estos casos. De otro modo, como dice Susan Sontag, somos mirones, y los medio se aprovechan de esto. Sontag menciona la rentabilidad que tienen estas imágenes en los medios de comunicación al escribir que “debemos reconocer que el sufrimiento tiene público”. Sin duda alguna, el sensacionalismo vende. Ya sea por curiosidad, por querer estar informados o porque nos gusta lo morboso, las fotos más controversiales son las que venden un medio con más rapidez, ya sea noticioso, educativo, o un texto que tenga como propósito entretener. ¿Entretener?, sí, entretener, un ejemplo del morbo como entretenimiento es la famosa serie de vídeos de “Faces of Death” o “Traces of Death”. En estos vídeos el narrador no te dice qué es lo que está sucediendo, ni por qué, ni en dónde; el único propósito es el de anonadar. Hemos llegado al punto de entretenernos con el morbo, cada vez son más la s personas que no se horrorizan, incluso, existe el tipo de persona que disfruta de las mismas. Se sientan con sus amigos a ver quien aguanta más morbo. ¿En qué nos hemos convertido? Llega un momento que el estar expuesto a tanto morbo nos insensibiliza. El sufrimiento ajeno no importa porque está muy lejos de nuestro patio. La guerra en Irak con la cual, recientemente, nos han bombardeado con imágenes e información, se ha limitado al conteo de víctimas que no tienen rostro. Ya no es nuevo, perdió el elemento de rareza, porque se convirtió en la norma. Es por eso que los eventos del 11 de septiembre de 2001, tuvieron el impacto que tuvieron. Es inconcebible que la sangre corriera en nuestra acera, eso no pasa en este rincón del mundo. La muerte y los horrores de la guerra nos aburren. Necesitamos cada día más morbo, más sangre, más mutilación para conmovernos. Lo que en un momento dado se utilizó para despertar la rabia, la tristeza y la reflexión ya perdió su impacto, la muerte sólo tiene un efecto perenne y genuino cuando la miramos de frente, no detrás del lente.

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